sábado, 18 de septiembre de 2010

Bicentenario Chileno... Con la autora más hermosa TERESA WILMS MONTT


XIX
En la esquina de mi calle hay un buzón que nunca tiene asueto.
Cada vez que me asomo a la ventana,
mis ojos tropiezan con él y le envían
una mirada amistosa y compasiva.
¡ Pobre buzón !
¡ Qué ridículo parece con su cabeza
eternamente al aire, recibiendo los azotes y
crudezas de las cuatro estaciones !
Su boca desdentada, invariablemente abierta,
espera que introduzcan por ella esos papeles que llaman cartas,
y que llevan todas las pasiones y tempestades humanas.
¡ Cuántas amarguras habrán en el corazón de un buzón;
cuántas amarguras y cuánta experiencia !
Pero el pobre, rígido buzón, no puede decir nada.
Quien lo creó tuvo buen cuidado de dejarlo mudo.
Y allí está clavado en la esquina, impertérrito,
conservando su apariencia servil,
siempre rojo bajo el sol y bajo la lluvia
Buzón: Yo comprendo tu alma sabia y resignada,
tu pobre alma aprisionada en un feo tarugo de metal.
Cuando te apenes, y sientas que esos ojos,
que no tienes, se humedezcan, piensa en tus hermanos
los balcones y los faroles, y en tus hermanas las chimeneas
y las veletas, que como tú, están esclavizadas
sin recibir jamás otra caricia que la del viento,
ruda a veces, pero caricia al fin.
Buzón, tú tienes mi piedad y la de todo ser que,
como yo, te ha encontrado un alma.
Todas las tardes, después de morir el sol,
llegaré a tí, y te deslizaré una carta diciéndote muchas
cosas tiernas que aliviarán la carga de tu vida.
Cuida que el cartero no robe tu secreto.
Mira, buzón, que los hombres son muy malos
y hacen risa del amor más puro.


Teresa Wilms Montt

domingo, 12 de septiembre de 2010

Memoria a la mujer más bella que tuvo Chile... Teresa Wilms Montt.


BELZEBUTH

Mi alma, celeste columna de humo, se eleva hacia
la bóveda azul.
Levantados en imploración mis brazos, forman la puerta
de alabastro de un templo.
Mis ojos extáticos, fijos en el misterio, son dos lámparas
de zafiro en cuyo fondo arde el amor divino.
Una sombra pasa eclipsando mi oración, es una sombra
de oro empenachado de llamas alocadas.
Sombra hermosa que sonríe oblicua, acariciando los sedosos
bucles de larga cabellera luminosa.
Es una sombra que mira con un mirar de abismo,
en cuyo borde se abren flores rojas de pecado.
Se llama Belzebuth, me lo ha susurrado en la cavidad
de la oreja, produciéndome calor y frío.
Se han helado mis labios.
Mi corazón se ha vuelto rojo de rubí y un ardor de fragua
me quema el pecho.
Belzebuth. Ha pasado Belzebuth, desviando mi oración
azul hacia la negrura aterciopelada de su alma rebelde.
Los pilares de mis brazos se han vuelto humanos, pierden
su forma vertical, extendiéndose con temblores de pasión.
Las lámparas de mis ojos destellan fulgores verdes encendidos
de amor, culpables y queriendo ofrecerse a Dios; siguen
ansiosos la sombra de oro envuelta en el torbellino refulgente
de fuego eterno.
Belzebuth, arcángel del mal, por qué turbar el alma
que se torna a Dios, el alma que había olvidado las fantásticas
bellezas del pecado original.
Belzebuth, mi novio, mi perdición...




 Teresa Wilms Montt,
Madrid en 1919